Alfonso Galván
por Rosa Olivares. Exit Exprés. octubre 2004.
En la constante turbulencia del arte contemporáneo español, con un mercado inseguro y un aún más inseguro criterio estético, hay nombres que se han perdido entre el oleaje. A veces han recalado en playas lejanas, otras se han ahogado y desaparecido para siempre, y otras veces extrañamente reaparecen por las esquinas de un mapa que se arruga y se extiende aleatoriamente.
Alfonso Galván (Madrid, 1945) estuvo durante un tiempo en la mira de comisarios internacionales (corrían los tiempos de la Documenta de Rudi Fusch) y de los directores de museos americanos de gran renombre, pero cosas de la vida y del carácter español, las posibles jugadas no se remataron y el artista quedó al albur de una mala jugada partida de cartas entre galerías ya desaparecidas.
Ahora sorprende su vuelta al escenario madrileño, si bien en un espacio no sólo imposible expositivamente sino casi invisible. No obstante la obra sigue allí obediente a las premisas de una coherencia tal vez exagerada. Monstruos y peligrosos paraísos primitivos aparecen detallados en una pintura profunda y misteriosa, con una sensibilidad que puede hacer de una hoja, de un insecto, todo un motivo para derramar dibujo y pintura, olvidándose de tendencias y opiniones. Es un artista imposible, pues no es de otra época sino de ninguna, no es que se aleje de la moda, es que para él y para su pintura, que toma la parte de los animales, de los monstruos híbridos de una imaginación individual, no existe la moda.
El paraíso visto por un realista.
por Javier Rubio Nomblot. Ubicarte. octubre 2004.
“Una temporada en el edén”, titula su presentación Gloria Otero permitiendo que su inconsciente la traicione (y de paso, traicionándonos a todos), por cuanto deja claro que a cualquier cosa podemos ya llamarle edén, con tal de que no tenga nada que ver con el mundo-traje que creemos llevar puesto (o con la monotonía del ayer y del mañana): aunque esté infestado de dragones y brontosaurios y de cocodrilos, iguanas y ranas gigantes; aunque una tempestad lleve siglos oscureciendo los días; aunque los páramos de lava y ceniza se extiendan hasta donde alcanza la vista y cada paso que demos en esta jungla tenebrosa, inextricable y colosal sea con toda probabilidad el último, el mundo que pinta Alfonso Galván sigue siendo un lugar no corrompido por el demonio ; o sea, un lugar sin hombres corruptos; y así es, por definición, el paraíso (lugar en cierto modo maldito, me dirán, puesto que su razón de ser es precisamente servir de escenario para la primera y definitiva caída ; pero esa es otra historia ). Por lo demás, sabemos que al Jardín de las Hespérides no resulta fácil llegar -olvidémoslo pues- y que al del edén sólo deberían tener acceso los ingenuistas , porque en él fieras feroces y bestias mansas conviven en armonía y, lo que es aún más asombroso, hombres y mujeres también (si bien dice la leyenda que no por mucho tiempo).
Y así suele ser, pero Alfonso Galván (Madrid, 1945) no es pintor ingenuista: forma parte de esa segunda generación de pintores realistas que irrumpe a principios de los setenta para certificar lo que López García y otros habían estado tramando en la década precedente. Debe saberse que en 1970, esa única alternativa figurativa al torrente informalista de la que queda hoy constancia (dicho sea con segundas, porque la eliminación de todas las demás escuelas por parte de los actuales historiadores de la corrección política me resulta enervante) no tenía aún nombre, pese a que Antonio López llevaba diez años hechizando a los críticos con lo que Santiago Amón, en 1969, llamaba “realismo mágico” (es decir, que aún lo relacionaba con los herederos de Klee, acaso porque en los cincuenta eso es lo que eran absolutamente todos los artistas españoles, desde Tàpies hasta Lucio Muñoz pasando por Feito, Millares y César Manrique). La primera vez que surge tal nombre es en la colectiva Jóvenes realistas celebrada en la galería Seiquer -cómo no- en 1971, muestra en la que S. Amón reunió a varios alumnos de la Escuela de San Fernando que le parecían estar influidos por Antonio López: Alfonso Galván, Cuasante, Clara Gangutia, Quetglas, Mezquita, Portellano, etc. Luego vendrán la Documenta del 72, que inaugura la década del hiperrealismo (yankee), la muestra Contemporary Spanish Realists de la Marlborough Londres (1973) y todas esas exposiciones que ya son históricas y en muchas de las cuales estuvo representada la obra de Galván. Pero acabo ya con tan árido párrafo, necesario por cuanto la memoria es corta (y, a lo que se ve, cada vez más maleable) y a veces conviene recordar que el arte oficial y los artistas valiosos no siempre caminan en la misma dirección.
Lo cierto es que, visto así, Alfonso Galván se nos aparece, además, de como un histórico , como un resistente ; y no hay duda de que lo es: su fidelidad al mito del eterno retorno (copa embriagadora y siempre envenenada), o su interés por el Mundo perdido conandoyliano, no han decaído en treinta años, pese a que su obra constituye a todas luces una singularidad (aunque podría acompañarle José Hernández) y se sitúa en los márgenes de la corriente realista en España. En esa pasión por lo virginal -véase el gran tríptico con figuras desnudas y cisnes-, lo indómito -espléndidos dibujos sobre el agua , la roca y el árbol – y lo misterioso -ese tremendo rostro de simio de más de cuatro metros cuadrados- suele anidar el errabundo espíritu romántico; pero la obra de Alfonso Galván es a menudo demasiado dura y perversa, demasiado austera y pesimista, para que la desvinculemos de ese arte tan plenamente actual que sólo sabe alimentarse de su perdida inocencia : por alguna razón, el edén jurásico de Alfonso Galván posee la sintética textura de lo moderno , aunque esté hecho de brumas, ciénagas, cisnes negros, tormentas y serpientes; su obra cobra sentido sólo en contacto -o en contraste- con nuestro presente y deviene así desconcertante conjunto de imágenes antiquísimas y de visiones aterradoras que irrumpen en la sala de exposiciones y perturban el normal discurrir de las cosas (incluso del arte monótono-clónico). De ahí que estos cuadros no sean, a fin de cuentas, ningún refugio, ningún edén… Claro que ¿qué otra cosa es el edén -y el arte- sino mito, fábula, anhelo e invención?
Azar y muerte. El inquietante Alfonso Galván
M.R. Barnatán. El Mundo. Febrero 1992.
Desde hace muchos años me fascina el inquietante universo que Alfonso Galván ha construido con perseverancia desde su aparición en las galerías madrileñas. En un mundo en el que las famas se hacen y se deshacen con gran facilidad, y en el que tantos han sucumbido a los deformantes vientos de las modas, encontrarse con un pintor como Galván, que es un ejemplo de coherencia y de sabiduría, es una gran satisfacción.
Saber pintar con dignidad es algo no demasiado difícil en un país como España, de tan larga y variada tradición plástica, pero pintar sabiendo lo que se quiere pintar y con unas ideas de lo que se quiere decir y transmitir ya es algo distinto. Y es en esa segunda categoría donde debemos poner a este artista.
Galván es una extraña pero fértil conjunción entre un excelente pintor, que tiene un mundo propio a salvo de mimetismos generacionales, y alguien que logra transportarnos a una realidad inquietante, perturbadora, con una gran maestría.
Como los antiguos iniciados, Galván parece ser de esos artistas a los que nada le ha sido regalado, y al que la piedra filosofal acaba siéndole otorgada por su voluntad, eso que otros pueden llamar también fe.
Una naturaleza acechante en la que el hombre convive de una forma peligrosa con los demás sere del planeta, es el escenario de una pintura romántica de una misteriosa y perversa lozanía. Los animales exentos de cualquier virtuosidad, y los elementos primordiales -el agua, el aire, la tierra y el fuego- parecen evocar un microcosmos anterior al Diluvio, e incluso anterior a la expulsión del paraíso terrenal, en el que pueden retozar sin entrar en colisión con la fuerza destructora del hombre.
Hay magia en sus paisajes imposibles, y hay también una sensación de terror sagrado en ellos. Sus mares infectados de tiburones, sus islas fantasmas, sus serpientes reptantes, son multiplicadas amenazas en medio del edén. Una poesía que no está hecha con ganas de agradar, una poesía que no se conforma con la descripción sino que despierta interrogantes, crea estados de ánimo, y desbloquea la imaginación dormida de sus espectadores.
Las pinturas de esta nueva exposición madrileña de Galván son coherentes con su obra anterior y dejan ver cómo crecen en calidad, algo que hay que agradecer en estos tiempos de tanto descuido.
Las piezas escultóricas que complementan la muestra son un buen camino abierto para el futuro de este gran artista.
A modo de epílogo
Rubén Cervantes Garrido el 19 octubre, 2014
La casualidad ha querido que visitara la inauguración de un nuevo espacio de arte en Madrid el mismo día en que terminé la lectura de El puño invisible de Carlos Granés. En apariencia nada tienen que ver este ensayo, publicado hace ya tres años, y una exposición dedicada a un pintor que difícilmente aparecerá en ningún periódico generalista o suplemento cultural, exceptuando, quizá, el día en que haya que dedicarle una esquela modestamente elogiosa. Pero de pronto los cuadros de Alfonso Galván se me presentaron como un modesto e íntimo epílogo al texto de Granés.
Como un aficionado que contempla con reservas el devenir del arte contemporáneo, o al menos su cara más pública, El puño invisible ha sido para mí una revelación. Haciendo un recorrido desde el surgimiento del futurismo en 1909 hasta la actualidad, el colombiano Carlos Granés desmenuza en este libro la evolución del arte de vanguardia a lo largo de todo el siglo XX, llegando a una novedosa conclusión: en un siglo de utopías, fueron las vanguardias culturales, y no las políticas, las que transformaron verdaderamente a la sociedad. La chispa del dadaísmo, surgido en la década de 1910 y basado en conceptos como el humor, el infantilismo y el antielitismo, resultó ser a la larga una revolución más duradera que la utopía marxista. Pero si hasta Mayo del ‘68 estos movimientos culturales se movieron en los márgenes de la sociedad, a partir de la década de los setenta sus actitudes se volvieron parte del Establishment.
La transgresión institucionalizada, arguye valientemente Carlos Granés, ha llevado al absurdo a buena parte del arte contemporáneo. Con el eco estimulante del libro aún en mente, asistí el jueves a la inauguración de la galería Sociedad Anónima sin saber muy bien qué esperar. Llegué y empecé a ver lo que allí se exponía no sin cierta sorpresa. Resulta casi desafiante que un nuevo espacio de arte contemporáneo abra sus puertas exponiendo con orgullo unas obras tan silenciosas. En su buen ojo para el detalle y su fuerte espiritualidad, encontré rápidas semejanzas entre los paisajes de Alfonso Galván y los de Joaquín Risueño. Galván siente, además, una profunda admiración por la pintura china, reflejada bastante explícitamente en una serie de pequeños estudios de la naturaleza pintados con tinta. Comprobé con verdadero gozo que en estos homenajes a la pintura china no existía ápice alguno de ironía o “apropiacionismo” postmoderno. En estos tiempos, arte como el de Galván resultaría casi subversivo de no ser porque pasa desapercibido, no sólo entre la sociedad en general, como era el caso de las vanguardias del siglo pasado, sino entre los propios círculos especializados.
No quiero decir que Alfonso Galván sea una especie de salvador. Aún no tengo una opinión bien formada sobre su obra, y ni siquiera pude apreciar del todo bien sus cuadros. Pero acaso ese es el mayor elogio que puedo hacer de ellos: que requieren una segunda visita. No son obras de digestión inmediata, como ese arte residual del que habla Carlos Granés, que engorda la bibliografía artística con la misma facilidad con que será olvidado. Que un nuevo espacio de arte contemporáneo abra sus puertas apostando por la calidad frente a la publicidad será siempre una buena noticia.
Alfonso Galván. La magia de lo cotidiano. Galería Sociedad Anónima. Gran Vía 15, Madrid. Hasta el 5 de diciembre.
Carlos Granés, El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. Taurus. Madrid, 2011. |
Alfonso GalvánBy Rosa Olivares
In the ongoing turbulence of the Spanish contemporary art scene, considering the unstable market conditions, and the even more uncertain aesthetic criteria, there are names that have been lost in the shuffle. Some because they have made their fortunes elsewhere in distant shores; others because they have drowned and disappeared forever. Interestingly, some uncannily resurface over the edges of a map that crumples and extends itself randomly.
Alfonso Galván (Madrid, 1945) was under the eye of international curators (those were the days of Rudi Fusch’s Documenta) and of directors of American museums of prestige. With the passing of time, and with it the evolution of Spanish outlooks, such imminent openings did not take place and the artist was left on the lurch due mostly to the luck of the draw exemplified by disappearing galleries.
His comeback to the Madrid art scene is surprising, if in a space that not only lacks an effective viewing area but which also happens to be under the radar. Nevertheless, the work continues to stand on its own, obedient to the premises of a, perhaps, exaggerated coherence. Monsters and dangerous primitive paradises appear in full detail in a deep and mysterious painting, with a sensibility that makes of a leaf, of an insect, a pretext to spill drawings and paint, forgetting tendencies and opinions. He is an artist impossible to categorize, since he does not belong to a period, to any movement. It is not that he distances himself from the current vogue, but rather that for him and his paintings, the animals, the hybrid monsters of a very individual imagination, there is no vogue.
Paradise as seen by a realist
By Javier Rubio Nomblot
“A season in Eden”, is the title of Gloria Otero’s presentation, allowing her unconscious to betray her (and thus, all of us), since it makes clear that we can call anything Eden as long as it has nothing to do with the world-suit we think we’re wearing (or with yesterday’s monotony, as well as tomorrow’s): although it is infested with dragons and brontosaurus and crocodiles, iguanas and giant frogs; although a centuries-old storm darkens the daylight; although the plateau filled with lava and ash extend all the way to the horizon and each step we take in this gloomy jungle, inextricable and colossal, may be the very last, the world that Alfonso Galván paints continues to be a place that is still not corrupted by the devil. In other words, it is a place without corrupt men; and that is, by definition, paradise (a place, in some way, damned, you might say, since its reason for being is precisely to serve as scenery for the first and definitive fall; but that’s another story). Furthermore, we know that the Garden of the Hesperides is not easy to get to –let’s put that aside in our minds—and that the Edenic one was only accessible to the ingénue, because ferocious beasts and tame ones mingle in harmony, and what is even more amazing, men and women as well (if not for a very long time, according to the legend.)
And that’s how it usually is, but Alfonso Galván (Madrid, 1945) is not a naïf painter; he belongs to that branch of the second generation of realist painters that burst unto the stage in the first years of the seventies to certify what López García and others had been hatching the previous decade. It has to be recalled that in 1970 that distinctive figurative alternative to the informalist torrent of which today proof remains (because the elimination of all the other schools by current art historians bent on exercising political correctness enervate me, I might add) had no name, despite the fact that Antonio López had been bewitching the critics for ten years with that which Santiago Amón, in 1969, denominated “magic realism” (that is, something he still related to the heirs of Klee, perhaps because in the decade of the fifties that’s the category fitting all the Spanish artists, from Tápies to Lucio Muñoz, passing through Feito, Millares and César Manrique). The first time that such a denomination emerges is in the collective of Young Realists celebrated in the Gallery Seiquer, indeed, in 1971, an exhibition in which S. Amón congregated several pupils of the Escuela de San Fernando which seemed to him to be influenced by Antonio López: Alfonso Galván, Cuasante, Clara Gangutia, Quetglas, Mezquita, Portellano, etc. After that, the Documenta 72 group will come, which inaugurates the decade of hiper-realism (American), the exhibition Contemporary Spanish Realists in London’s Marlborough (1973) and all those exhibitions that are now historic and in many of which Galván’s work was represented. But let me finish this arid paragraph, necessary to correct memory’s lapses (and, as one can see, more and more malleable) to say that sometimes convenient to remember that official art and valuable artists not always follow the same path.
The truth is that, seen under this light, Alfonso Galván appears to us, moreover, as a historic case, like a hardy survivor; and there is no doubt that he is: his fidelity to the myth of the eternal recurrence (intoxicating vessel always poisoned), or his interest for the Conan Doylan lost world, has not waned in thirty years, in spite of the fact that his work constitutes a unique endeavor (even though José Hernández could accompany him) and is situated in the margins of the realist current in Spain. In that passion for that which is virginal –see, for example, the great tryptich with nude figures and swans–, the indomitable –splendid drawings on the water, the rock and tree—and the mysterious –that tremendous effigy of a simian more than four meters square—one is apt to find the nest of a wandering romantic spirit; but the work of Alfonso Galván es frequently too hard and perverse, too austere and pessimistic, to separate it from that very current art that nourishes itself from its lost innocence: for some reason, the Jurassic Eden of Alfonso Galván possesses the synthetic texture of the modern even though it is made up of mists, swamps, black swans, storms, and snakes; his work makes sense only in contact, or in contrast with, our own present and so it comes about as a disconcerting group of ancient images and terrifying visions that burst in the exhibition space and perturb the normal flow of things (including the monotone-clonic art). Therefore, these pictures are not, after all, no refuge, no Eden…Of course, what else is Eden, or art, if not myth, fable, yearning, and invention?
Chance and Death. The unsettling world of Alfonso Galván
M. R. Barnatán, El Mundo, Febrero 1992.
For many years I have been fascinated by the unsettling universe Alfonso Galván has constructed with perseverance since his first appearance in the galleries of Madrid. It is a world in which reputations are made and unraveled overnight and in which so many have succumbed to the deforming winds of change and fashion. To find a painter like Alfonso Galván, an example of coherence and wisdom, is a great satisfaction.
To know how to paint with dignity is something too difficult in a country like Spain, of such a long and varied plastic tradition. But to paint knowing what you want to paint and with ideas about what you want to say and transmit is already something else. And it is in this second category where we should place this artist.
Galván is a strange but fertile conjunction between an excellent painter, who owns his own world free of generational mimetisms, and someone who accomplishes to transport the viewer to a reality with great skill that is disturbing, unsettling.
Like the ancient initiates, Galván seems to be one of those artists to whom nothing has been freely given and to whom the sorcerer’s stone ends up on his table through his own will, that which others also call faith.
A threatening nature in which man lives in a dangerous way with the other beings in the planet is the scenery of a romantic painting of a mysterious and perverse plenitude.
The animals, exempt of any virtuosity and the primordial elements –water, air, earth and fire—seem to evoke a microcosms previous to the Flood, and even previous to the expulsion from the earthly paradise in which they can frolic without coming into collision with the destructive force of man.
There is magic in his impossible landscapes nd there is also a sensation of sacred terror in them. His seas infected with sharks, his ghost islands, his crawling reptiles, are multiplied threats in the midst of Eden. A poetry that is not made with eagerness to please, a poetry that does not conform with description but awakens questions, creates states of mind, and unblocks the dormant imagination of its spectators.
The paintings of this new exhibition in Madrid by Galván are coherent with his previous work and let see how they grow in quality, something one can be grateful nowadays when there is so much carelessness.
The sculpture pieces that complement the exhibition are an open path to the future of this great artist.
A possible epilogue 19 October 2014
Rubén Cervantes Garrido
By chance, I visited the opening of a new space for art in Madrid on the same day I finished reading El puño invisble (The Invisble Fist) by Carlos Granés. Apparently there is nothing in common between this book, published three years ago, and an exhibition dedicated to a painter that will hardly appear in a general newspaper or culture supplement except, perhaps, on the day of his death. But suddenly the paintings of Alfonso Galván appeared before me as a modest and intimate epilogue to Granés’ text.
As an art enthusiast that witnesses the development of contemporary art, at least its most visible face, with reservation, The Invisible Fist has been a revelation for me. Starting with the birth of Futurism in 1909 and ending today, the Colombian Carlos Granés explores the development of avant-garde art throughout the 20th century and arrives at a surprising conclusión: in a century of utopias, it was the cultural, not the political, avant-gardes that truly transformed society. Dadaism, born in the 1910s and based on concepts such as humour, infantilism and anti-elitism, proved to be a more durable revolution than the Marxist utopia. But if until May of 1968 these cultural movements played a role in
the margins of society, from the 70s onwards their attitudes became part of the Establishment.
Insitutionolized transgression, Granés boldly argues, has taken a great deal of contemporary art to the extreme of absurdity. With the stimulating echo of the book still in mind, I visited the opening of Sociedad Anónima gallery without knowing what to expect. I arrived and began to see what was hanging on the walls not without certain surprise. It’s almost defiate to see a new space for contemporary art opening its doors with a proud exhibition of works that are so silent. In his good eye for detail and strong spirituality, I found quick similarities between the landscapes of Alfonso Galván
and Joaquín Risueño. Apart from this, Galván feels a profound admiration towards Chinese painting, which is reflected rather explicitly in a series of small nature studies made with ink. I witnessed with glee how these homages had not the slightest trace of postmodern irony or apropiationism. Today, an art like Galván’s would be almost subversive if it wasn’t for the fact that it is completely unnoticed, not only in mainstream culture, but also in specialised circles.
I don’t mean to say that Alfonso Galván is some kind of saviour. I still don’t possess an informed opinion of his work, as I couldn’t fully appreciate his paintings at the opening. But this is perhaps my best praise towards them: they require a second visit. They are not works that are immediately digested, like the residual art Granés describes, that enlarges the bibliography of contemporary art as easily as it will be forgotten. A new space for contemporary art opening its doors looking for quality before celebrity will always be good news.
Alfonso Galván. The magic of the everyday. Galería Sociedad Anónima. Gran Vía 15, Madrid. Until 5 December.
Carlos Granés, El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales [The Invisible Fist. Art, Revolution and a Century of Cultural Changes]. Madrid: Taurus, 2011 |
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